María Inés, sentada en su butaca de cuero antigua comprada en 1970, se esmeraba en narrar una historia de amor. Alrededor su familia la escuchaba con fervor:
—Mi vida cambio desde el 19 de octubre 1960 —comenzó—, en la estación de Madrid Atocha, eran justo las siete de la mañana, cuando iba a mi primer trabajo. Llevaba un vestido azul confeccionado por mi madre, tenía muchos paletones alrededor, me llegaba debajo de la rodilla —dijo María Inés señalando el peroné.
Sus dos hijos vivos y su nieto, sentados alrededor de ella la escuchaban como si fuera la primera vez que contaba aquella historia. La narraba reviviendo cada momento, sintiéndose viva en su pasado. Nadie era capaz de interrumpirla, diciéndole: “Mamá, otra vez vas a contar la misma historia de cuando conociste a papá”.
—Allí, sentada en la banca esperando el tren, vi a Felipe Servando, era el hombre más guapo que había visto en mi vida. Era alto con porte de caballero con su traje gris su sombrero y su abrigo negro largo. Él no me vio, pero tuve la suerte de subir al mismo tren. Él no me conocía, ni yo a él, pero sólo necesitamos de una mirada para sentir la conexión de nuestras almas puestas como luz en la oscuridad. Suspiré, pero luego aparte mi vista. No quería que se diera cuenta que era una “coqueta” ni mucho menos que lo estaba viendo, qué iba a pensar de mí —dijo María Inés poniendo sus manos en su corazón.
—Qué eras la mujer decidida, eso pensó —afirmó Amalia, su hija.
María Inés negó con la cabeza, sonrojándose.
Continuó:
—Cada día, a la misma hora nos encontrábamos justo en el mismo lugar, escondidos en nuestro silencio que decía más que mil palabras. Yo no tenía el valor de hablarle, pensaba que nunca se fijaría en una mujer como yo, que posiblemente le gustaban mujeres más guapas, más inteligentes, mujeres con una boquilla de cigarro puesta y vestidos elegantes. Yo sólo era una simple educadora del jardín infantil —dijo María Inés.
—Que dice mamá —la interrumpió Matías, su hijo—, usted es la mujer más guapa de este mundo, que digo del mundo del planeta entero —le tiró un beso desde lejos.
—Pero un día me armé de valor —siguió contando María Inés —, me puse mi vestido favorito, él no sabía que era el causante que lo llevará puesto. Iba tan guapa que ni me reconocía a mí misma, con mi cartera que compré con mi primer sueldo. Cuando estaba en la estación, en el lugar de siempre, tiré la cartera al suelo, con la idea de que él la levantará por mí y me dijera las primeras palabras. Sin embargo, lo hice tarde y el tren ya venía.
Él no se dio cuenta que mi cartera cayó y todos se aglomeraron en la entrada del tren y alguien más listo que, yo, se aprovechó de la situación, llevándose mi bolso. Empecé a gritar: me roban, me roban… En ese momento no me importaba quién llegara a ayudarme, pero él rápidamente giró al escucharme gritar y dijo: “Le sucede algo, señorita”.
Paralizada no salieron palabras de mi boca, sólo señalé con mi mano hacía donde iba el ratero. Él iba a iniciar el vuelo para recuperar mi cartera, pero lo detuve con mi mano puesta en su brazo diciéndole que ya no importaba.
Ese día el tren se nos fue, esperamos el siguiente. Fue la espera de tren más hermosa de mi vida. Él dijo que cada mañana elegía tomar este tren por mí.
Y así fue como perdí una cartera para ganar el amor de mi vida. Tiempo después le conté a Felipe la verdad de ese día y en nuestro primer aniversario me regalo la cartera más hermosa que haya visto—dijo María Inés con la sonrisa más sincera en su rostro.
—¿Y quién es ese hombre? ¿se casó con él? —preguntó Mauricio, su nieto.
Cuando María Inés iba a contestar repentinamente su mirada se perdió en algún lugar de su mente, sus ojos ya no brillaban más. Se sintió desorientada, con miedo en su propio hogar, pensaba que no pertenecía estar allí, se angustió queriendo encontrar algo que no sabía realmente que era. Sus hijos al darse cuenta que su madre se había ido de nuevo la acomodaron en el sillón poniéndole una manta para calentar sus piernas, seguía perdida.
De repente se escuchó que abrieron la puerta de la sala. Los dos hijos salieron a recibir a su padre que ya se le veía su cabello gris y su cara cansada.
—¿Dónde está tu madre? —exclamó al entrar —. En mi butaca favorita está mi amada —dijo acercándose a María Inés con los brazos abiertos, mientras sus hijos y su nieto Mauricio los veían con ternura.
—¿Y tú quién eres? —preguntó María Inés sorprendida.
—Felipe Servando —contestó.
Ella no lo reconoció, pero lo vio con amor.
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