Lo que más me costó de estar encerrada en casa, todo el día, fue en qué ocupar mi tiempo. Miguel, mi esposo, se entretiene viendo las redes sociales, pero a mí, eso, de la tecnología, simplemente no se me dio y Miguel en el primer intento por explicarme desistió. Él me dice que allí se entera de muchas “noticias” de los vecinos. En realidad, nos gusta estar bien informados de lo que sucede a nuestro alrededor, le echamos bien el ojo a nuestros vecinos, debemos saber si no vivimos cerca de criminales o asesinos seriales, déjenme que me persigne. En fin, le dije a Miguel que yo prefería a la antigua, no es que sea chismosa, es simplemente comunicación.
El tema de espiar a mis vecinos era para aficionados, ahora, que estoy en casa, prácticamente el día completo, es de profesionales. La noche anterior, en la casa de enfrente, llegó un nuevo vecino. Limpié bien mis anteojos bifocales, arrimé el sofá hacía la ventana, apagué la luz y le dije a Miguel que se hiciera la cena, él encantado, no le gusta participar en mi investigación de chismes, pero si estar bien enterado. Al lo que pude ver, sacaban cajas y cajas del camión de mudanza en plena noche, eso era para sospechar, así se lo dije a Miguel. No logré ver toda la mudanza me quedé dormida a las dos de la madrugada y mi esposo, como buena proveedora de chismes que soy, me llevó una mantita para que durmiera cómoda, no quise irme a la cama, algo podría pasar y tenía que estar atenta.
A los días siguientes, cuando estaba lavando los platos en la cocina, escuché algunos rumores, eran risas, los murmullos eran voces confusas. Apagué el grifo del lavaplatos para discernir los sonidos, de repente algo en mi cerebro se alumbró: mi nuevo vecino de enfrente. Sequé mis manos con el paño para secar los platos, me quité el delantal y corrí hasta la ventana. Quité la cortina con delicadeza y puse mi ojo derecho, el que aún tiene buena vista. De la casa del vecino, vi salir a una mujer muy elegante y rubia de cabello largo, que sonreía a través del cubrebocas, lo pude notar, porque, toda ella se veía reluciente. Y allí estaba él, mi nuevo vecino, mi vista se ponía cada vez más borrosa, parpadeaba y parpadeaba, pero era inútil. Fui a buscar mis anteojos y cuando llegué de nuevo, el vecino, se había entrado. La mujer se subió a un automóvil y se fue. Luego otra mujer llegó en otro automóvil y entró; y así sucesivamente había un desfile de mujeres saliendo y entrando de esa casa y todas eran rubias.
Guardé mis anteojos en la bolsa delantera de mi blusa junto con el cubrebocas y salí a regar las plantas del jardín. Como profesional se sabe que saliendo al jardín uno se entera de los chismes más jugosos de los vecinos: se escuchan conversaciones sin querer, se ve quién entra y sale de las casas, quienes los visitan, hasta qué comen por el repartidor de comida. A veces, ni siquiera sabes el por qué conoces o dónde los escuchaste el chisme, simplemente sabes que lo sabes, pero la respuesta es porque regaste las plantas del jardín.
Escuché unos rumores que provenían del jardín de mi vecina de al lado, Chonita. Cuando de repente, la cabeza de Chonita apareció entres sus plantas, como si fuera una especie de calabaza de Halloween, sus ojos se movían de un lado a otro.
—Pst, pst…Esperancita —me susurró.
Hice como que no escuché y seguí regando el césped. No me gustaba ser proveedora de chismes para mis vecinos, podían catalogarme como la chismosa del barrio, y eso no era nada bueno para mi reputación.
Regla de un chismoso: decir que los otros son los chismosos y ofenderte cuando te digan la palabra.
Saqué mi cubrebocas cuando vi que la irrespetuosa de Chonita pisaba mi césped recién mojado e iba acercándose.
—Buenas, Esperancita —dijo.
En la voz se le notaba la sed de sacarme información del nuevo vecino.
—Buenos días, Chonita, que casualidad, no te había visto— contesté —¿estabas escondida entre tus plantas? —sonreí, sabía que estaba espiando al vecino — o ¿vas a comprar las tortillas, tan temprano? —no era hora de almuerzo para ir a comprar tortillas, me imaginé que era la nueva técnica de Chonita.
—Ay comadre, arrímese más que ando media sorda, más con ese bozal que tiene puesto, no le escuchó nada—me dice acercándose cada vez más.
—De ladito Chonita, para que tire el virus a otra parte.
—Esperancita, que anda diciendo usted que ando con el virus, mire que así empiezan los chismes —me dice la condenada de la Chonita, como si yo inventara los chismes yo digo lo que veo, nada más.
—No, cómo va a creer Chonita, es para prevenir.
—Hablando de otra cosa, cuénteme —me dijo viendo de un lado a otro —, ¿quién es su nuevo vecino? Ya lo choteó.
—Mire Chonita, yo no me ando metiendo en la vida de las personas, que le quede muy claro y sí lo vi, pero de lejitos —le respondí.
Chonita prosiguió como si no hubiera escuchado la primera frase.
—Yo he visto que entran y salen mujeres, es un desfile sin fin. Y mujeres con cintura de zompopo, no cualquiera. Algunas se ven todas caqueras, con sus carteras finas y sus pelos de elote, todas canches.
—Si he visto entrar a una que otra mujer rubia, nada fuera de lo normal —dije dándome cuenta que Chonita estaba más informada.
—Comadre, usted siempre tan ingenua, que hombre decente mete a tanta mujer en su casa. A mí no me gusta ser shute, pero presiento que algo extraño ha de pasar en esa casa. He visto que entran niños también, mujeres con los bebés a tuto y… yo no veo que salgan de nuevo. Mire que resulte traficante de órganos de niños —me dice Chonita, a lo que las dos nos persignamos.
—Que ocurrencias, para pensar en semejante acusación —le dije.
No sabía qué técnicas usaba Chonita para enterarse de tanto, pero estaban dando frutos.
—Seré cholluda de pensamiento, pero ágil para ver lo que no es legal —me guiño el ojo —y si es narcotraficante y todas esas mujeres vienen a comprarle de la mercancía de la buena.
—No creo —puse mi mano en mi pecho—se ve un hombre de buenos principios—juzgando por la apariencia borrosa que vi.
—¿lo vio de lejos? —me preguntó—, pero bien que lo choteó, verdad Esperancita, no que no es chismosa, pues.
Me indigné por dentro, pero me las aguante el chisme estaba en pleno auge.
—Qué cosas dice Chonita —ladeé los ojos por enojo, pero proseguí —Es joven, muy bien parecido y refinado, parece casi gringo, es alto, eso sí, tenía el cabello pintado de verde y tatuajes en los brazos.
—Mmm…Esperancita con esa pinta, no me da mucha confianza. Miré que algunos gringos son mañosos —susurró como si estuviera pensando en voz alta.
—Chonita, no juzgué a la gente por su apariencia, en qué siglo vive usted.
—Ay comadre, y dígame ¿usted no lo pensó?
No salió ninguna palabra de mi boca, aunque gesticulaba y movía mi cabeza de un lado a otro.
—Mire, Esperancita quién va saliendo de la casa del nuevo vecino, la Consuelo —me dice —¡Consuelito! —gritó a todo pulmón.
Consuelo al vernos nos saludó de lejos, pero Chonita le insistía con la mano que se acercará hacia nosotras.
—Buenos días —dije.
—¿Qué andas haciendo con el nuevo vecino? —dijo Chonita yendo al grano, ella no se andaba con cuentos —Te ves reluciente hasta tu cabello brilla —la miraba de pies a cabeza.
—El nuevo vecino es sobrino de una amiga mía —dijo Consuelo como si tuviera una papa caliente en la boca, aún se creía adolescente —Ese hombre es espectacular en lo que hace, te hace sentir divina, llena de vida, con energía, te hace ver hasta las estrellas.
Con Chonita nos quedamos con los ojos y la boca petrificadas al escuchar la confesión de Consuelo.
—Se los recomiendo —prosiguió Consuelo —no se van a arrepentir —susurró y siguió caminando.
—¿Y qué te hace? —gritó Chonita a Consuelo que se alejaba cada vez más con su cabello al viento.
—Te tiñe el cabello de rubia.
Las dos nos vimos a los ojos, sin decir ninguna palabra.
—Bueno, Chonita, un gusto de verte —me despedí.
WR
Conoces a señoras cómo Doña Esperancita y Chonita? :)
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