Los antepasados de Manumtanpie desaparecieron hace siglos. Todo lo creado, el misterio de la vida, la existencia y la muerte fueron enterrados con la misma tierra donde nacieron. Sus mentes y sus bocas callaron el secreto del mundo nunca revelado a los hombres. Hombres que tomaron sus ciudades, los mataron sin piedad, arrancándoles la cabeza, sacando de sus pechos los corazones y a las mujeres sacando el fruto de su vientre por diversión.
La cabeza con penacho del padre de Manumtanpie, llamado Takuman, había vivido por siglos arriba del árbol de la vida. Era frondoso y situado en medio de la selva. Un hombre de nombre Cervantes Vega, llamado así por sus compañeros de batalla, la colocó allí como triunfo de su victoria, por haber conquistado la ciudad de Manumtanpie.
Los hombres de Cervantes nunca imaginaron que la ciudad, se encontraba bendecida por el dios del sol y la luna. Dioses que no pudieron evitar la masacre, porque, nunca imaginaron la abundante maldad en los corazones de estos hombres. En las tinieblas, donde viven, hablaron entre ellos. Decidieron que no sería en vano la sangre derramada de los extintos, y harían venganza. Así que la sangre salió de los cuerpos de cada muerto, formando un río de un solo linaje, yendo y dando vida al árbol donde se encontraba Takuman. Se formaron venas en las ramas, en medio del tronco un corazón latiente y por fin la cabeza en medio de las ramas entró nuevamente a la vida.
Los ojos de Takuman se abrieron para hacer justicia, con una sonrisa malévola y con ocho brazos de madera puntiagudos que salían de las raíces y las ramas. Dio muerte a todos los hombres hasta el mismo Cervantes Vega, que con su malevolencia destruyeron todo lo creado; cayeron los cuerpos al suelo y Takuman con sus raíces los enterró dentro de la tierra.
Cuando todo terminó de las hojas provenía un sonido de victoria glorioso y alabanza para los dioses, que ayudaron a realizar la maniobra y Takuman como rey de la selva sin tribu que guiar. Se sintió triste de estar solo, pero glorioso al hacer justicia en manos de los dioses.
Tras algún tiempo muchos hombres eran valientes al llegar a las tierras de Manumtanpie, pero al poner un pie, Takuman, se encargaba de que no salieran con vida. Nadie se acercaba y los animales salvajes eran espantados. Sólo se arrimaban las criaturas que tenían un corazón compasivo, como los pájaros, los chimpancé y los sapos.
Takuman enviaba a los pájaros por los aires y a los chimpancés por los árboles y a los sapos en la tierra llevando un mensaje a las tribus que se encontraban cerca, nadie respondió. Todas las tribus y sus ciudades habían sido aniquiladas. Takuman se sintió desconsolado, pero no dejó de enviar los mensajes, hasta que un día, sin esperarlo llegó una serpiente con patas a las raíces del árbol. Al verlo se sintió furioso y pensó: cómo fue posible que este animal se haya burlado de mí, llegando hasta mis raíces sin ser vista. Y de repente la serpiente pronunció el lenguaje entendible para hombres:
—Takuman, único sobreviviente de todas las tribus de la selva —dijo la serpiente sacando su lengua cada vez que pronunciaba una palabra —traigo dentro de mí un mensaje de la Soberana Monapuk, que subsistió a las conquistas de las tierras. Quiere presentarse ante ti, para ser la única testigo de la creación de una nueva civilización.
—¿Monapuk? —dijo Takuman con rencor —.No es una Soberana, nada más es una bruja de la tribu de los monos, ella no es bien recibida en estas tierras. Los dioses la convirtieron en lo que es, por su desobediencia.
Monapuk, era una mujer convertida en mono, no era atractiva, lo fue en su momento, pero su rebelión ante los dioses le dieron ese castigo. Ella sentía rencor en su corazón. Vio como destruyeron a su tribu y a su familia, no puedo hacer nada más que gritar en la angustia, pero decidió una vez vengarse y eso la mantenía con vida por todos estos siglos, no sabía cómo su cuerpo físico había durado tanto tiempo, lo que sí sabía era por qué su alma seguía viva.
—Takuman, es tu última oportunidad —dijo la serpiente enrollándose en el tronco del árbol.
—No, me importa, me quedaré acá, hasta que los dioses pongan fin a mi vida —dijo Takuman —y vete antes de que me vuelva espinas y mueras lejos de tus tierras.
La serpiente con sus dos patas se fue sigilosa, observando con desconfianza a Takuman y sabiendo que en un momento no muy lejano estaría cara a cara con sus “dioses” ya que Monapuk no recibiría con agrado el mensaje pronto a escuchar.
Y así vivió Takuman muchos años en soledad, solo viendo el ocaso del sol, la luna, el eclipse; no entendía por qué los dioses lo habían abandonado, sin darle una muerte digna, ni una vida. Así que decidió que dormiría por mucho tiempo, cerró sus ojos.
Mientras que Monapuk planeaba de la destrucción del orgulloso Takuman.
WR
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