Agnes, una actriz de 32 años, se preparaba para su segunda audición para el papel principal de una nueva obra de teatro que se estrenará en la primavera, llamada: “La Reina MILU”. Había ensayado 250 veces el guión, cargaba varias noches de insomnio que le pesaban, pero ese día fue despegado por la esperanza de obtener el papel protagónico. Salió temprano de su casa para ver el desfile de actrices dispuestas a ganar la audición para el personaje de la Reina. Con su boina roja y sus rizos que volaban al compás del viento, caminaba a paso firme con la suerte de su lado, sus audífonos reproducían La Isla Bonita, su ánimo subía con cada nota musical, era la única canción que relajaba sus nervios, haciéndola sentir que podía alcanzar todo aquello que creía imposible.
Se imaginaba su vida como actriz famosa, saludando a sus fanáticos desde la alfombra roja y dando autógrafos (hacía la representación física firmando hojas y pechos de hombres ficticios). Las personas en la calle la veían con recelo, porque las tomaba por sorpresa, algunos seguían su camino y otros se apartaban por el temor que les provocaba ver a una persona extremadamente feliz. Siguió su camino hasta llegar al Edificio Ariztía.
Su reproducción mental fue interrumpida cuando llegó a una fuente con tres esculturas de mujeres de la Antigua Grecia, tomándose delicadamente de la mano, rodeando de espaldas una columna que sostenía un pequeño tanque arriba, aunque la había visto muchas veces, siempre se maravillaba de lo extraordinario que le parecía. Tocar el agua la hacía sentir segura, como si las tres mujeres, le transmitieran una clase de valentía que poseían. Un leve presentimiento la desenfoco de sus pensamientos y luego el sonido del agua la hizo darse cuenta de que había olvidado tomarse sus antipsicóticos antes de salir de casa, incluso logró recordar que no los había tomado desde ayer o algunos días, no lo acordaba con certeza.
Empezó a buscar en su bolso desesperadamente, encontró el frasco, sacó una pastilla, la metió en su boca y luego con una mano agarró un poco de agua de la fuente, que tragó sin pensarlo. Se sintió tranquila, porque, creyó que el poder del agua compensaría el desfase de tiempo sin su medicamento, tuvo un poco de fe. Pero la ansiedad la hizo sentirse insegura y una invasión de imágenes aceleradas se apoderó de ella, había personas rodeándola se reían y se burlaban, la señalaban y la miraban con desprecio. Se quedó unos minutos parada frente a la fuente, dejando que todo pasara y siguiera su curso con sus ojos perdidos, hasta que su mente se quedó en blanco.
A su lado se acercó un hombre con traje elegante que no se percató de la presencia de Agnes, tocó el agua y siguió directo a la entrada del edificio, decidido en cada paso que pisaba. En cambio, Agnes, sintió la presencia atrás de ella y salió de su ensimismamiento y su alegría regresó de nuevo, como si nunca se hubiera ido. Caminó hacía el edificio, repasando el guión en voz baja, una y otra vez, cuando se equivocaba se golpeaba con la palma de las manos su cabeza y luego reía porque lo recordaba al instante. Fue directo al ascensor, al fondo se encontraba aquel hombre de traje elegante con su postura erguida, al verla entrar su mirada giró para el lado contrario para evitar cualquier clase de visualización, sin embargo, Agnes, no se dio cuenta de la presencia del hombre y entró dándose golpecitos en la cabeza, dándole la espalda. Ella seguía con el guión y el hombre la miraba de reojo, su rostro reflejaba desaprobación y pensaba que algo le sucedía a esa mujer.
El ascensor tenía marcado en el botonero el nivel 10, hacia dónde se dirigía el hombre. Cuando Agnes terminó su fugaz ensayo, entró en su realidad vio que el ascensor siguió del piso 5, empezó a marcarlo repetidamente y con agitación para que parará, pero este siguió su curso.
Agnes empezó a gritar que se detuviera:
—Para, para —seguia presionando el botón.
El hombre la observaba sin nada que decir, pensando que no era su problema.
Cuando el ascensor marcó el piso 10, el hombre estaba esperando que las puertas se abrieran, pero de repente esté se quedó atrancado a causa de un apagón de luz, quedando en total oscuridad, una luz tenue fue apareciendo lentamente.
Por la impresión, el corazón de Agnes se agitó tanto que lo escuchaba fuertemente resonar en su cabeza, su respiración era corta y sin oxígeno, presionaba los números de los botones, pero estos no funcionaban, sus gritos retumbaban en la cabina pidiendo ayuda.
Cuando de repente una voz dijo:
—Cállate —el hombre del fondo sonaba hostigado.
Agnes se volteó y cayó sentada en el suelo, en la esquina donde se encontraba la botonera, al escuchar la voz, su respiración se volvió aún más corta y su voz se entrecortaba:
—Tú, ¿cómo apareciste aquí? —preguntó.
—Yo, estaba en el ascensor desde que tú entraste—respondió el hombre toscamente a una pregunta obvia.
—No, no es cierto —murmuró Agnes viendo de un lado a otro y sus miedos aparecieron.
Sus pensamientos fluían: él se encontraba escondido porque viene a ver cómo actuó, él está aquí para ver mi actuación. Esta es la audición. Hay cámaras escondidas y me están filmando.
Agnes observó de pies a cabeza al hombre de traje elegante y se imaginó que era uno de los jueces que elegiría a las actrices y actores para los papeles de la obra de teatro.
Se paró.
—Mucho gusto, mi nombre es Agnes —dijo con entusiasmo y estiró su mano para saludar.
Pero el hombre se alejó y escondió sus manos.
—Yo soy, Yosef —dijo, viendo hacía el otro lado de donde se encontraba Agnes —Pediré ayuda, puedes quitarte del tablero.
—No —dijo a secas Agnes.
Sacó pecho, puso hombros abajo y acomodó su espalda. Estiró su mano hacia el hombre, y este se alejó de un salto hasta pegarse al panel del fondo.
Agnes sonrió, y empezó con la audición:
La Reina, se encontraba en la oscuridad de la noche guiando a su pueblo hacía la victoria con la certeza de tener una batalla ganada:
—Yo soy la Reina MILU, no tengo sangre de la realeza, ni una mínima gota, pero esta noche la luna será testigo que yo los guiaré a la victoria, no tengáis miedo, porque, sus corazones son leales y por eso tienen un coraje inquebrantable.
Yosef, la veía con los ojos desorbitados. No sabía, cómo sacarla de aquel transe, pero se animó.
—Oye, yo quiero salir de acá, quítate del tablero —dijo.
Agnes, no escuchó nada y prosiguió:
—Desde hoy y por los siglos reinaremos con valentía, gloria y honor y todo aquel que me siga, marcará su destino para siempre. ¡La victoria será nuestra!
Terminó con su mano derecha hacía arriba, su respiración profunda que iba calmando sus nervios.
—¿Qué haces? —preguntó Yosef
—Actuar… la audición —contestó desconcertada Agnes.
—No sabes ni siquiera actuar, es una locura —dijo Yosef.
—¿Qué dijiste? Eres muy cruel —Agnes nuevamente se desplomó en el suelo y empezó a llorar desconsoladamente.
—Quítate del tablero —dijo Yosef. Agnes enrolló sus piernas —, no, quítate, vete para el otro lado—gritó.
—No, no, no —se paró Agnes y pegó tremendos alaridos —, nunca vamos a salir de acá, nunca, porque esto no es real, tú no eres real. Yo iba a una audición y tú lo estás arruinando todo de nuevo. Tú lo estás arruinando todo de nuevo.
Yosef miraba a Agnes y poco a poco se fue desesperando.
—¡Silencio!, tengo que salir de acá lo más pronto posible, voy a una entrevista de trabajo. Muévete —Yosef movía sus manos para que Agnes se quitará de su camino.
—A una entrevista, yo también voy a una, pero es una audición—Agnes se quitó de la botonera, se sentía más tranquila, entrando a un estado de realidad, como si el medicamento estuviera surgiendo efecto.
Yosef se acercó, sacó un pañuelo limpió el número que iba a marcar y marcó el botón rojo de emergencia. Una y otra vez.
Yosef, movía su pierna con desasosiego.
Una voz se escuchó del otro lado:
—Sí, lo escucho.
—Me he quedado atrapado en el ascensor.
—Le pedimos disculpas señor, hubo un apagón y tendrá que esperar unos momentos más, aún estamos en contacto con los técnicos.
El corazón de Yosef se seguía agitando, sus manos empezaron a sudar.
—Necesito salir ahora —gritó y golpeó la botonera.
El cuerpo de Yosef empezó a temblar.
Agnes estaba calmada, entendiendo la situación en que se encontraba y se dio cuenta de la alteración de Yosef.
—¿Te encuentras bien? —Preguntó, tocando el codo de Yosef.
—No me vuelvas a tocar, no me toques, por favor—dijo con sus ojos que se salían de sus órbitas y viendo hacia el lado contrario.
—De acuerdo, no hay problema —dijo Agnes, serena —Te dejaré tranquilo, me sentaré allá —señaló al fondo de la cabina.
Agnes, a pesar del conflicto de Yosef, que no dejaba de golpear el panel de la cabina, empezaba a tomar control de su existencia y estaba tranquilamente sentada.
—Sabes, mi abuela cuando me sentía demasiado ansiosa, cuando estaba pequeña, me contaba historias, me calmaban muchísimo, si quieres puedo contarte una, solo necesitas escuchar mi voz.
Yosef paró por un momento, pero siguió con su alteración.
Agnes empezó:
—En un pueblo muy muy muy lejano… así como son todos los cuentos. Había una vez una princesa, aunque los cuentos de princesa ya no encuentran de moda, a veces algo se aprender. La princesa vivía con sus padres en un inmenso castillo, era muy hermosa, como lo son todas las princesas, solo que ella tenía un defecto, se tiraba muchos pedos en cualquier lugar, sin importar con quien y donde estuviera.
—Es asqueroso —dijo Yosef, que dejó de pegarle al panel.
—Asquerosísimo, muchos lo veían así, hasta sus padres, que se avergonzaban y vivían pidiendo disculpas, así que le prohibieron ir a bailes, a grandes banquetes y fiestas. La encerraban en su habitación, claro, que estaban muy preocupados y pagaban a grandes médicos, pero no había remedio alguno que la sanara. Ella pensaba que nunca iba lograr ser querida por nadie, a pesar de que sus padres la amaban mucho, pero a veces se cegaban por la opinión de los demás.
Un día la princesa aburrida de estar sola entre cuatro paredes, decidió aventurarse a encontrar por ella misma la cura que la salvaría. Por la noche, se puso unos harapos viejos, fue al establo a preparar al caballo más fuerte, y mientras le estaba colocando la montura, escuchó un tremendo ruido, y se dio cuenta que el caballo también se tiraba pedos y este sí, olían muy mal.
Se escapó del castillo y cabalgó toda la noche, primero fue a donde los vecinos, cuando estaba por tocar la puerta, ella se acercó por la ventana y escuchó que la vecina se tiraba pedos, y que su hija también y el padre. Recorrió todo el pueblo y todo el pueblo también lo hacía. Sorprendida de su descubrimiento fue corriendo a contárselo a sus padres. Cuando estaba cerca de la puerta de su habitación se dio cuenta que su madre también lo hacía, pero eso sí, a escondidas de su padre. Y que su padre lo hacía a escondidas de su madre, que embrollo.
Esa noche la princesa se dio cuenta de lo valiente que era, porque, era la única que no se escondía, y que el valor se lo daba ella misma, así que decidió ir en busca de un príncipe digno de ella, pero no encontró a ningún príncipe, y después de mucho tiempo y muchas aventuras regresó al castillo dispuesta a no ocultarse más, por qué entendió que la vida es como un relámpago: un resplandor breve de luz y el mundo es… (empezó a buscar palabras adecuadas en su cabeza) tan grande, que tus defectos son como puntos insignificantes antes tanta grandeza y la única opción que tienes es aprender a vivir.
Cuando llegó al castillo, sus padres habían enfermado y ella tuvo que gobernar por mucho tiempo, era una Reina apreciada, respetada, eso sí, por donde pasaba muchos péter, cómo aprendió a decir en francés.
Un día por azares del destino encontró a un campesino que estaba arriando la tierra y soltaba una tremenda sinfonía de péter y ella pensó: este es de los míos. Desde ese día se conocieron, se comprendieron, se amaron y fueron felices para siempre, bueno, hasta lo que su amor duro. Y colorín colorado este cuento se ha terminado.
—Que cuento más horrible—dijo Yosef.
Agnes se rio.
Los dos se dieron cuenta se encontraban calmados, rieron, esperaron un tiempo en silencio y las luces se encendieron en su totalidad y las puertas del ascensor se abrieron. Agnes y Yosef salieron.
—Oye —dijo Yosef viendo al hombro de Agnes —Algún día, podríamos tomarnos un café.
—Me encantaría —dijo Agnes —¿y unos péter?
—No, eso no —contestó Yosef.
Quieres más aventuras de Agnes? Reconoces el motivo de la reacción de Agnes ante la ansiedad generada?
Me encanta leerte!!!
Un abrazote!!!