Aún no logro recordar el nombre de aquel lugar, solo se avecina a mi mente la imagen de mi figura saliendo a través de las puertas que se abrieron ante mi camino, volteé, en ese momento pensé: cuando algo se cierra, perder la llave sería lo ideal, para no volver a entrar, las palabras volaban en mi mente, mientras el vidrio corredizo se unía lentamente a su compañero, de repente se separaron cuando alguien se acercó. Reaccioné. Ese día en la calle cuando todo terminó, caminaba con un aire triunfal, pero la presión en el pecho delataba mi dolor de amor, sin embargo, era nostalgia, esa nostalgia que se planta en tu ser cuando reconoces que algo llegó al final y no hay vuelta atrás.
La única certeza que tengo, ahora, es que mi corazón es amado con intensidad.
En un centro comercial, como en la selva oscura, me encontraba perdida. La desorientación me hizo preguntar a una chica de cabello rosa, por la plaza de comida, me señaló a un costado, estaba tan cerca. La angustia desapareció, cuando al final de la senda de mesas colocadas en hileras divisé el rostro de Tadeo, me acerqué, esquivando las sillas mal colocadas. Me senté sonriendo, Tadeo me observaba serio y bajó su mirada frente al saludo, había un aire de misterio en nuestro ambiente, estábamos en una mesa cuadrada de una sola pata con una base sólida, sentados frente a frente.
Mi vista se dirigía hacia sus ojos, ojos marrones grandes, irresistibles, con pestañas que cualquier mujer envidiaría. Me di cuenta que su mirada reflejaba una especie de ternura que nunca había visto en él, pero sí en otras personas, era como si estuviera viendo a un ciervo a punto de morir y sintiera remordimiento. Me parecía extraño su comportamiento, así que las manos empezaron a sudarme. Las dudas invadieron mi mente por un momento…
esperen…
Mis pensamientos rebobinaron.
Allí está.
Me detuve, el mensaje de texto decía: “…tenemos que hablar…”.
Mi corazón dejó de latir por un momento.
Cómo no pude darme cuenta.
Era la bendita frase dicha antes de pretender terminar una relación, empecé a comprender lo que sucedía. La frase, la mirada, el misterio, su frialdad al verme, todo encajaba para finalizar nuestra relación, que reconociendo ya no iba viento en popa, pero aún sentía que podíamos rescatar algo… ¿o no?
Qué tonta fui, pensé en ese momento. Me sentía confundida, nuestra relación se fue apagando poco a poco y en la profundidad de mis pensamientos compartía el mismo sentimiento que Tadeo, pero no tenía el valor de aceptarlo, porque me rehusaba a perder cinco años de mi vida, pero al darme cuenta de que él daría el paso, eso me hizo sentir un poco aliviada, sin embargo, la tristeza estaba con los brazos abiertos.
Recordé la regla de oro que repetía mi amiga Betty: si vas a un rompimiento amoroso debes de ir bien arreglada y mostrar simpatía, pero indiferencia a la vez, es como ir a la primera cita.
Me autoflagelaba diciéndome que, si hubiera estado más atenta, tendría puesto esa blusa de pronunciado escote que tanto le gustaba, o al menos estaría peinada y maquillada un poco, pero no, se me ocurrió llegar con una…
No puede ser… ¿un pijama?
El silencio empezó a incomodar, él suspiró agarró el hacha y cuando estuvo a punto de tirar el primer golpe, la primera palabra, dije:
—Tiempo fuera—me picaba demasiado la mano, fue muy oportuna, así que empecé a rascarme, me asusté al percatarme que era izquierda, a quién le debo dinero, pensé —disculpa, Tadeo, necesito ir al baño, antes de que digas cualquier cosa, no tardaré ni un minuto. Ya sabes cosas de mujeres, como dicen algunas mujeres—dije sonriendo nerviosamente.
Agarré mi bolso y empecé a correr directo al baño público de la plaza de comida, llevándome conmigo unas cuantas sillas que se encontraban obstruyendo mi paso.
Frente al espejo del mostrador del baño, saqué unos cheles que aún tenía en las pestañas, ya estaban tiesos, así que mejor lave mi rostro. Una mujer de cabello largo, muy alta, me miraba de reojo. Busqué en mi bolso si al menos tenía un lápiz labial, nada, detestaba que me agarraran desprevenida, bueno, acepté que fue mi error, no prestar atención a las señales.
La mujer seguía viéndome, secaba sus grandes manos con delicadeza.
Me volvió a picar la mano, la rasqué con rapidez, no era tiempo, para pensar a quién le debía dinero.
—¿Disculpa? —dije a la mujer —tendrías…—pensé mejor mis palabras, suspiré —Mi novio está a punto de terminar nuestra relación—la chica de cabello largo me vio de pies a cabeza, de cabeza a pies, como si tuviera un rayo láser que descifrara el por qué mi novio quería cortarme —y bueno, no tuve tiempo, como ya observaste de vestirme adecuadamente y no traje maquillaje.
La mujer de cabellos largos, me miraba confundida, pero dio un grito desesperado de euforia. Me sobresalté, fue confuso, realmente no sabía si era de pánico o de alegría.
—Claro, que sí, YO, soy aprendiz de maquillista y te dejaré D-I-V-I-N-A—dijo gritando con voz ronca, no femenina.
La mujer con sus manos grandes sacó sus herramientas de un cofre grande que brillaba más que los mismos rayos del sol y empezó a maquillarme con esmero.
—Ese infeliz quedará babeando, y se dará cuenta lo que se perdió, nena—dijo chasqueando sus dedos cuando termino su obra de arte.
Lo que reflejaba el espejo me hacía dudar si era, yo realmente, quedé espectacular, como si estuviera a punto de ir a una sesión de fotos para una revista de moda. Pensé que sería extraordinario tener un filtro como los celulares, que pudieras colocar un dispositivo en tu cara, e ir seleccionando filtros, cambiando tu maquillaje, arrugas, sin necesidad de que después tengas que lavarte la cara quitando capas y capas de maquillaje, y lo pudieras tener puesto siempre, ahorrandote en cirugías plásticas, bueno al final sería triste después verte a un espejo, deje el pensamiento a un lado y le agradecí a la mujer, que no dejaba de verme como si fuera su mayor creación.
Pero mi rostro no combinaba con mi ropa, así que salí del baño sigilosamente, y me dirigí a la tienda de ropa más cercana, y el pago de quincena ya estaba depositado, agarré unos jeans, una blusa y una chaqueta, creo que gaste todo el saldo de mi cuenta, no sé si fue buena idea, pero si necesario, recordé la regla de oro.
Salí de la tienda con todo lo que compré puesto, caminaba con seguridad, cada paso que daba iba acorde con la música del centro comercial, ya había pasado una hora, pero él aún estaba allí, viendo desesperado su celular.
Me acerqué de nuevo a la mesa donde estaba mi novio, caminaba como Jennifer Anniston en la película “Una esposa de mentira”, cuando llega al restaurante, derramando mi glamour.
—Lo siento, me tarde un poco—solo me faltaba el cigarro para verme sofisticada.
Mi novio me miraba de pies a cabeza, como si los extraterrestres me hubieran secuestrado y escupido desde la nave espacial con ropa nueva y una cara despejada. Y lo único que se le ocurrió decir fue:
—¿Te pasó algo? —sus ojos salían de sus órbitas.
—No —dije modestamente —sola me di un par de retoques en el baño.
—Tardaste demasiado, empecé a preocuparme.
—Si, si, no importa, qué era lo que querías decirme —dije desafiante.
—Necesitamos hablar— su rostro reflejaba duda, como si su mente tuviera una especie de debate interno.
Me puse erguida esperando la última frase del final “es que no eres tú… soy yo”. Resignada a escucharla cuando de repente.
—Últimamente no nos hemos visto muy a menudo, y nos hemos distanciado. Así que pensé que este fin de semana, que mis padres no estarán en casa, puedes pasarla conmigo, si tú quieres—
Al terminar de escucharlo, quedé totalmente indignada, ah no, pensé.
—Tú me citaste para cortarme —dije—, ahora me dices que quieres llevarme a tu casa, cuando no están tus padres, cuando nunca lo hiciste durante toda la relación—no respiré.
—¿Quién te dijo que quería cortarte? —se defendió.
—Tú, tú me dijiste “tenemos que hablar”—refuté.
—En todas las relaciones se habla—dijo ya molesto.
—No, no te hagas el inocente —dije fastidiada —Aquí alguien tiene que cortar a alguien… no me maquille, ni compre ropa por gusto.
—¿Te compraste que…? —preguntó.
—Me preparé para que me cortarás —dije —Vamos, estoy lista.
—Pero, no quiero cortarte.
Me paré.
—No te vayas, otra urgencia—me picaba la mano, pero a quién le debo, seguía pensando.
Fui de nuevo al baño, me lavé el maquillaje y saqué de mi bolsa el pijama y me lo puse otra vez. Nada es por gusto, pensé.
Salí más decidida que nunca, y al llegar donde estaba mi novio, me senté más erguida que nunca.
—¿Qué querías decirme? —puse mi mano izquierda en mis labios y mis ojos lo miraban sin parpadear en señal de dime la verdad desgraciado.
Quedó en silencio mirándome, su rostro se relajó como si su mente ya tuviera el veredicto final.
—No eres tú…
Cuando está a punto de terminar la frase, lo interrumpí. Reí.
—Sabes, no soy yo… eres tú —dije —terminamos—me levanté.
Caminé decidida hacia la salida del centro comercial con pasos firmes las puertas de vidrio corredizo se abrieron ante mi camino, volteé, en ese momento pensé: cuando algo se cierra, perder la llave sería lo ideal, para no volver a entrar.
A lo lejos se escuchaban unos gritos que decían:
—¡Recuerda que me debes dinero, me tienes que pagar!
La picazón en la mano cesó.
Si te gustó comparte y cuéntame qué frases típicas conoces de una ruptura amorosa...
Gracias por tu tiempo.
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