El sonido de la aldaba me despertó, retumbó en la casa solitaria que se encontraba silenciosa, como en un velorio cuando las lágrimas se secan y solo queda la mirada perdida dentro de los recuerdos. Miraba de arriba abajo: los cuadros, la mesa de noche, la cama se me hacían familiar, como si cada noche hubiera dormido en la acogedora y fría habitación, pero mi mente no lograba ubicarse, era como si no pertenecería a ese lugar, mi cuerpo sentía que sí, pero mi mente me decía que no.
De repente comencé a sentir exceso de líquido en mis pulmones, como si hubiera aspirado agua por mucho tiempo, mi respiración se volvió agitada he hizo que perdiera el sentido de orientación, logré recuperarme tras exhalar profundamente y agua salió por mi boca. El sonido de la aldaba ahora hizo que me levantara de la cama, sin razonar sobre el acontecimiento anterior, me puse las zapatillas de plumas rojas con una agilidad voraz como si pronto atacaría a un animal, a una presa.
Mientras bajaba las escaleras reía, me tapaba la boca con mis manos, sentía mucha emoción, estaba eufórica de que, por fin, alguien, llegará a mi casa, había deseado tanto ese momento que no sabía cuánto tiempo había esperado.
—¡Aguardé! —grité y me quedé parada enfrente de la puerta. Mi emoción llegó al éxtasis tras ver por el ojo mágico: un hombre, dije en mi mente. Tenía muchos años que no veía a uno, eran tantos que no recordaba cuándo fue el último que vi—. Un momento, por favor —dije nuevamente.
Peiné mi cabello con los dedos, me pareció extraño sentirlo húmedo, de repente una extraña sensación hizo que mi mente evocara recuerdos desconocidos para mí: Agua, mucha agua, yo tragándola y ahogándome. Sonó la aldaba y el sonido me hizo olvidar esas imágenes. Reaccioné y subí el tirante izquierdo de mi camisón rojo. Respiré profundamente metiendo el abdomen y la puerta se abrió.
Me quedé asombrada frente a mí se encontraba un hombre moreno, fornido, con barba recién cortada, traje de sastre y zapatos de charol que ya no brillaban por el lodo que los cubría. Mis ojos se llenaron de luz de nuevo al apreciarlo detalladamente.
—Discúlpeme, señorita, por interrumpirla —dijo el hombre quitándose el sombrero y bajando su mirada por respeto—. Mi automóvil se ha quedado atascado en el lodo a unos kilómetros lejos de acá y esta fue la única casa cercana que encontré.
—¡Que mala suerte! —dije sin parpadear en ningún momento—. ¿En qué puedo ayudar…?
—¿Usted tendrá un teléfono? Para que pueda comunicarme —dijo el hombre que no dejó que terminara la frase.
—Magdalena —contesté sonriendo sin poner atención a lo que el hombre decía, sin dejar de verlo—. Mi nombre es Magdalena.
—Mucho gusto, soy Ernesto —dijo el hombre—. Necesito pedir ayudar para que vengan a buscarme, necesito llegar a tiempo a mi boda.
—¿Boda? —repetí, fue lo único que escuché de la frase — ¿La amas? —seguí preguntando sin sentido con el afán de encontrar respuestas de un desconocido.
Me di cuenta que a Ernesto le pareció extraña aquella interrogación, lo vi en tu rostro con cejas contraídas, pero me contestó con amabilidad:
—Si, me casaré, y, si no, llego a tiempo eso no sucederá —dijo.
—¡Si!, ¡pasa!, ¡pasa! —Me hice a un lado, el hombre caminó hacia adentro de la casa dejando un olor agradable a madera guardada por un largo tiempo. Suspiré tan fuerte como pude, para que el aroma se quedará como un recuerdo. Tras unos segundos sentí ese olor conocido como si mi cerebro lo hubiera encontrado dentro de un baúl, pero no lograba relacionarlo con nada de mi vida, una desconexión entre el olor, el recuerdo y mi vida— ¡Qué extraño! —dije cerrando la puerta de un solo golpe—. ¡La puerta es muy pesada!
Como el hombre tenía tanta urgencia por un teléfono le señalé el que estaba puesto en una cómoda blanca de tres puertas, se encontraba en un largo pasillo que llegaba hasta la cocina. Ernesto caminó hacia el teléfono, levantó el auricular, no escuchó ningún sonido. Puso sus dedos en el disco para marcar, pero el teléfono parecía inservible, hasta que por fin vio que el alambre estaba desconectado.
—Lo siento, este no funciona, siempre le dije a mi esposo que lo arreglará y nunca lo hizo—dije las palabras salieron naturalmente de mis labios, como si mis recuerdos estuvieran en mi boca y no en mi mente, porque cuando quise traer una imagen de mi supuesto esposo, no pude—. Arriba en mi cuarto hay otro, no te preocupes.
Los dos subimos por las escaleras, Ernesto iba detrás de mí. La puerta de la habitación se abrió al llegar, avancé cautelosamente dejándolo atrás. La puerta se cerró de un solo golpe. Se sintió una ráfaga de aire frío en el ambiente tras el sonido mortal de la puerta que retumbó en toda la casa. De repente vi cómo, Ernesto, revisaba la habitación de un solo vistazo, buscando un teléfono, su respiración se agitaba cada vez más, como si hubiera visto a un fantasma. Di un paso al costado para quitarme de enfrente de la puerta.
—¡No tiene picaporte! —gritó Ernesto—. Estamos los dos encerrados.
—Yo, no —dije y le sonreí vivazmente, pasé a través de la puerta y ante los ojos de Ernesto desaparecí.
WR
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