Me senté de nuevo en la sala de espera, mi desesperación iba hacia la baja tras resignarme a esperar dos horas más de las cuatro de retraso del vuelo, el clima, la tormenta iban en contra de mis deseos de llegar pronto a casa, cobijarme en los brazos que me esperaban y olvidar, simplemente olvidar. La auxiliar de vuelo desde la cabina tomó el micrófono por novena vez, su voz dulce trataba de seducir a los furiosos y darles un aliento a los desalentados pasajeros: “Por condiciones meteorológicas significantes, aún no nos han autorizado el abordaje del avión, esperamos su comprensión, muchas gracias”, luego el mensaje fue repetido en inglés.
Pensé que era momento de aprovechar mi tiempo, así que saqué de mi maletín el libro Tiempos Recios. A la par mía se sentó una chica con cabello rubio, ojos verdes, su vestimenta era desarreglada y cómoda, como si sólo se hubiera levantado de la cama y directamente vino al aeropuerto, sin cepillarse los dientes; rápidamente me dio la impresión de que era norteamericana, lo confirmé cuando le preguntó a su compañera de al lado.
—¿Te encuentras bien? —su español era pausado con acento estadounidense.
La chica de al lado no contestó. Alargué mi cuello para ver lo que sucedía realmente, la cara de la otra chica se tornaba pálida y sudorosa, como si hubiera corrido un maratón, sin entrenamiento y no tuviera más aire en sus pulmones, no se notaba su tez morena.
— Mi nombre es Paige ¿Me escuchas? ¿Puedo ayudarte? —seguía preguntando como hablándole a una pared.
Paige pudo darse cuenta que las lágrimas de la chica caigan en cascada y su sollozo era un eco lejano y confuso que no encontraba salida, sin voltear, el cuerpo de la chica comenzó a temblar, Paige insistió y alzó su brazo para consolarla.
—Mi estómago, me voy a morir —musitó la chica con pausas al hablar y poniéndose en posición fetal.
Paige logró escuchar, pero tardó un momento en digerir las palabras y entender.
—Tú estómago, duele, pedir ayudar a paramédicos, pronto —dijo Paige con ánimos de levantarse.
—No —un grito tenaz y desesperado se escuchó mientras la chica tomaba del brazo a Paige para detenerla—. Yo nunca llegaré a mi casa, tal vez moriré aquí o iré a prisión.
Paige se encontraba atónita y su respiración se agitó, se quedó paralizada después de la confesión o tal vez solo trataba de comprender lo que decía la chica.
—Necesito que me ayudes, por favor —dijo la chica mientras sacaba de su maletín un sobre manila, donde se guardan documentos importantes, con el nombre de “Luisa” y una dirección con código postal en la esquina derecha del sobre.
Paige al ver el sobre se alejó automáticamente para no tocarlo como si su cuerpo reaccionara ante las infinitas indicaciones que dicen las madres “No aceptes caramelos de un extraño”. La chica se lo acercaba cada vez más diciéndole, tómalo, por favor. Paige negaba con su cabeza como si tuviera un tic nervioso, hasta que logró pararse de su asiento. La chica de igual forma se levantó apretando su estómago con una mano y con la otra arrimando más el sobre a las manos de Paige.
La gente empezó a notar un cambio en el ambiente, tenso, y veían de reojo a las dos chicas.
—No, puedo ayudarte —gritó Paige. La chica no soportó más estar de pie y se desmayó, se escuchó cuando su cabeza y el sobre tocaron el suelo.
Los espectadores se acercaron rápidamente y los auxiliares de vuelo, solicitaron ayuda. El sobre cayó en los pies de Paige lo alcanzó tan rápidamente que su cerebro actuó sin consultarle y lo metió dentro de su maletín antes de que llegaran los curiosos. La gente se fue colocando alrededor de la chica, que no reaccionaba.
Paige se fue alejando poco a poco, imaginé escuchar los latidos fuertes de su corazón cuando pasó a la par mía sin percatarse de mi presencia. Fue desapareciendo de la sala del aeropuerto con el sobre y con un destino incierto.
MR
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