La tía Miseria era una mujer vieja, muy muy vieja. Pero ella no quería morirse. Por eso, después de pensárselo muy bien, se fue a ver al Señor para pedirle un favor.
—¿Qué quieres? —le preguntó el Señor cuando la vio delante de él.
—Mira, Señor, es que tengo un peral en el corral, que es lo único que tengo, y lo cuido mucho. Pero todos los chicos vienen y me cogen las peras y me dejan sin ninguna a mí, que tanto trabajo me da. Por eso, yo querría que todo el que se suba a él no se pueda bajar en castigo por su glotonería y mala fe.
Al Señor, que la vio tan vieja y tan inofensiva, le dio lástima.
—Está bien, eres muy vieja y poco mal o ninguno le puedes hacer a nadie. Así que te concedo lo que me pides. No bajará nadie que se suba a tu peral a menos que tú lo bajes.
La tía Miseria se volvió a su casa.
Entretanto en el infierno, el demonio, que estaba viendo quién le faltaba, le dijo a la Muerte:
—Escucha, ya es hora de que vayas a buscar a la tía Miseria, que ya ha vivido bastantes años y ha llegado la hora de que se venga al infierno con nosotros.
En esto que llega la Muerte a casa de la tía Miseria y le dice:
—Ale, prepárate para venirte con nosotros, que ya es hora. Eres demasiado vieja y te toca.
La tía Miseria, mostrándose afligida, le respondió:
—Si es ése mi destino, me iré contigo. Pero, para el viaje, quisiera llevarme unas peras por si me entra el hambre. ¿Te importa subirte a ese peral para cogerme un puñado de peras? Las compartiré contigo.
—Eso está hecho. Seguro que a mí también me apetecen cuando nos hayamos puesto en camino.
En fin, que la Muerte sube al peral y se pone a coger peras. Pero, cuando intenta bajar, siente como si una fuerza invisible le impidiese poner los pies en el suelo.
—¡Cómo te he engañado!, ¿eh? ¿Creías que podrías llevarme contigo? ¡Pues no! Solamente hay una manera de bajar de ahí, y es que yo suba a por ti. Pero eso no lo pienso hacer, que no soy tan boba.
Y allí se quedó encima del peral la Muerte, un día y otro y otro más. En el mundo, como ahora la Muerte no trabajaba, no se moría nadie y ya no cabían de tanta gente como había. Los obreros se caían de los andamios y no se hacían nada. Los marineros naufragaban, pero no se ahogaban. Los viejos se hacían más viejos y se enfermaban, pero no se morían. Pasaba el tiempo y la tía Miseria seguía allí, porque la Muerte no se la podía llevar. Aunque cada vez estaba más vieja, más arrugada y más cansada.
En el infierno, el demonio estaba muy extrañado de que la Muerte no le llevara a nadie. Así que decidió averiguar qué estaba pasando y se dirigió, naturalmente, a casa de la tía Miseria, que era el último lugar adonde había enviado a la Muerte. Hay que decir que al diablo le costó mucho llegar porque había gente y animales por todas partes, como si todos los días fuesen domingo y hubiese feria. Finalmente, consiguió llegar a casa de la tía Miseria y allí en el corral se encontró a la Muerte subida al peral.
—Pero ¿qué haces tú ahí arriba?
—Pues ya ves, resulta que vine a llevarme a la tía Miseria y ésta me mandó que me subiera al peral para recoger unas cuantas peras para el viaje, y aquí arriba que me quedé.
—¡Baja de ahí arriba ahora mismo! —le gritaba el demonio, que no se lo acababa de creer.
—¡Qué más quisiera yo! Es que sólo podré bajar si la tía Miseria sube a buscarme…
En esto, salió la tía Miseria al corral, y el demonio se le puso delante y le pidió:
—Tía Miseria, le pido por favor que deje bajar a la Muerte del peral.
—No, que me lleva con ella.
—Créame, señora, que ella se vendrá conmigo sola.
La tía Miseria no quería que la engañaran:
—Sólo subiré a por ella si me promete que no me moriré nunca, que la Muerte nunca vendrá a buscarme.
El demonio y la Muerte estuvieron un rato discutiendo y finalmente decidieron aceptar la propuesta:
—De acuerdo —dijo el demonio—. Se lo prometemos, tía Miseria. Usted se quedará para siempre aquí en la tierra, pero tiene que bajar a la Muerte del peral. Al fin y al cabo, con el genio que tiene, seguro que no la querrían ni en el infierno. ¡A buena pieza me iba a llevar yo!
Una vez conseguida la promesa del demonio y la Muerte, la tía Miseria accedió a lo que le pedían: bajó del peral a la Muerte, que se fue de allí corriendo con el demonio.
Y cuentan que es por esta razón por la que siempre ha habido Miseria en el mundo, aunque no sabemos si algún día la Miseria, cansada de tanto vivir, será ella quien busque a la Muerte.
Libro: Cuentos populares del Mediterráneo
Editora/recopiladora: Ana Cristina Herreros
Año: 2007
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